La contribución de Claudio Naranjo a la psicoterapia.
Maria Grazia Cecchini
Madrid 2013.
Cuando conocí a Claudio Naranjo ya llevaba unos diez años en la profesión como terapeuta Gestalt y sistémico-relacional y ahora, después de 28 años de “relación” con él, no logro diferenciar mi trayectoria personal de la profesional porque en el curso de mi proceso de crecimiento en el programa SAT, inicialmente como estudiante y después como colaboradora, el carácter integrativo de las dos trayectorias se ha profundizado cada vez más y ha transcendido todas las distinciones entre vida personal y profesional, permitiéndome experimentar una unidad interior. Mi manera de ejercer la profesión se ha convertido en un modo natural de ser frente al otro, en el cual la posibilidad de ayudar va más allá de cualquier conocimiento teórico y capacidad experiencial; deriva directamente de mi presencia, de mi “ser”. Hoy en día para mí la experiencia terapéutica con las personas es un espacio de humanidad amorosa, un espacio sagrado en el cual vivir con el otro, en el cual mis mascaras siguen cayendo.
Esta es la enseñanza más grande que me ha dado y que estimo el aporte fundamental de Claudio Naranjo a la psicoterapia: salir de los esquemas estrechos de la “profesionalidad” para considerarla una cualidad de estar en la relación con el otro y en el mundo.
Por lo que respecta a los aportes teóricos o metodológicos, a primera vista se podría pensar que Claudio es un ecléctico. También es así porque ecléctica es la persona que sabe desplazarse de una teoría a otra y que sabe utilizar las distintas prácticas en un todo, pero sería extremadamente reductivo definirlo de este modo. No se trata de eclecticismo sino de la capacidad de capturar la esencia de las distintas prácticas, una visión profunda del sentido mismo de los diversos modelos terapéuticos.
A Claudio siempre le fascinó la búsqueda del núcleo fundamental del sufrimiento humano, así como de su verdadera naturaleza. Esa pasión lo ha llevado a recoger las verdades fundamentales de los diferentes aportes psicoterapéuticos y, más en general salvificos del psicoanálisis a la gestalt, del conductismo al cognitivismo, hasta llegar a incluir las prácticas esotéricas de Gurdijeff, el eneagrama de la personalidad y el mismo Budismo. Ha sabido, como él mismo lo dice “encontrar la unidad en la multiplicidad…, el gran camino del hombre”, LA UNICA BUSQUEDA, y tiene la capacidad de
indicarla a los demás.
En su visión del sufrimiento humano las enseñanzas de grandes maestros y las teorías de filósofos y psicólogos son como piezas de un mosaico de varias dimensiones que refleja la complejidad del ser humano y nos da una gama amplia no solo para crecer en nuestro conocimiento sino también para comprender a la humanidad a fondo y poderla ayudar según su ciclo vital, en su trayectoria de autoconocimiento y en su camino hacia la conciencia plena. El suyo es un gran trabajo integrador y una elaboración ulterior de los límites de algunas teorías radicadas en una visión parcial pero que aún hoy
tienen su crédito.
Su integración de las diversas teorías sobre la “neurosis”, de las enseñanzas de Buda pasando por los filósofos de la antigüedad, hasta las modernas teorías psicológicas, nos ofrece una visión del dolor y del malestar fuera del restringido ámbito de la psique, porque se observa al ser humano en su complejidad donde ya no es posible separar la psique del alma o de la esencia, ni tampoco de su contexto social.
En el mundo académico está desapareciendo el término neurosis; desde el punto de vista de Naranjo ello significa que se corre el riesgo de perder la visión de un núcleo defensivo y estratégico que es el fundamento de todo malestar y patología. En realidad, la identificación de un núcleo neurótico permite mantener la atención en el sufrimiento del hombre como tal, trascendiendo toda dicotomía entre lo normal y lo patológico.
El mundo científico, eliminando la condición de neurosis, por un lado pretende negar el malestar existencial como condición digna de ser tomada en consideración por parte del mundo académico, institucional y social, y por el otro, busca medicalizar formas extremas de sufrimiento. No quiere reconocer como malestar -psicológico además de existencial – la pérdida de la libertad, la represión del instinto o la robotización de nuestro modo de vivir. Claudio llama la atención sobre el sufrimiento, la pérdida de la felicidad y del bienestar, como desviación, un error metafísico por el cual buscamos nuestra plenitud creyendo en imágenes ilusorias de nosotros mismos. Nuestra conciencia queda capturada y restringida y la consecuencia es la destructividad de uno mismo y del otro, la pérdida de la instintividad y de la capacidad de amar, la pérdida del ser.
En Claudio Naranjo el sufrimiento está vinculado a la autodestrucción del hombre, consecuencia de la ignorancia psíquica y espiritual y, como él dice, la salvación es encontrarse consigo mismo y encontrarse consigo mismo significa encontrar la conciencia.
La teoría psicoanalítica clásica de Freud considera como origen de la neurosis el conflicto entre el principio del placer y el principio de realidad y la consecuente y necesaria castración del instinto del placer por obra del Súper Yo para un adaptación a la realidad. En otras palabras, el hombre es un animal que si se lo deja a su instinto se destruiría a sí mismo y a los demás, mientras el hombre maduro es el que sabe renunciar y adaptarse a la realidad.
Claudio supera la conclusión freudiana de una necesidad de controlar los instintos por el bien común, afirmando que el instinto no puede estar conectado al mal y que esta operación es el fruto de una civilización patriarcal castrante que a través de la demonización del placer y de las emociones se garantiza el control. La freudiana “adaptación a la realidad” sería en la práctica una adhesión a los mandatos de los padres y de la sociedad, una adaptación a la realidad patriarcal y el Súper Yo no es otra cosa que la interfaz de la mente patriarcal social. El enfoque de Claudio no solo restituye dignidad al animal interior, tan respetado en las culturas primitivas, sino que restituye al hombre la dignidad de su sabiduría instintiva no diferenciándola de la dimensión espiritual. Si el instinto es parte de la naturaleza humana, es necesario revisar la idea del mal. El mal no es algo innato en el ser humano, sino más bien el producto de esta represión. El hombre para convivir con sus semejantes no precisa acomodarse a las normas de la civilización, más bien necesita integrar sus fuerzas instintivas naturales en el espacio de la conciencia.
La cura está en liberarse del tirano, y para Claudio es central, como lo es para la Gestalt volver a dar voz al niño interior. El conflicto entre perseguidor y víctima no solo es la base de la integración de las partes, sino que es la base de la salud mental, porque el oprimido, retomando su poder y expresándose espontáneamente, lanza un proceso de liberación. Y trasladando este concepto del individuo a la sociedad, es fundamental que una sociedad sana valore la autenticidad y la espontaneidad, es decir recupere el espíritu dionisíaco.
En este sentido Naranjo recupera la crítica de Nietzche a la civilización represiva, poniendo la liberación del hombre en el centro de toda trayectoria terapéutica o espiritual, y toda su obra terapéutica, concretada en el programa SAT, es básicamente una forma de recuperar la experiencia dionisíaca, o dicho en términos de Gestalt, recuperar la fe en la autoregulación organísmica.
También el concepto de autoregulación organísmica en Naranjo se amplia respecto de la concepción de Perls, porque Claudio toma no solo la fe en que el ser humano es un sistema autoregulante, que tiene en sí el patrimonio de construir su bienestar, sino también el sentido espiritual como fe profunda en el ciclo natural de la vida y la muerte, en el cual estar vivos significa romper las barreras, dejarse llevar hacia la disolución de un ego enclaustrado y confiarse al curso natural de la conciencia. Si Perls había ya intuido que se debía respetar la locura como forma de una existencia creativa, en Claudio “la locura” llega a ser un ardor espiritual, un anhelo a la unión con el todo.
Personalmente creo que Claudio Naranjo ha sabido ver lo que posiblemente Perls no habría sabido describir o definir, a pesar de que lo viviese naturalmente.
La cura, o mejor la salvación, está en la liberación del deseo. Claudio enfoca en la relación terapéutica la capacidad de amar y va más allá de lo que otros,
como Rogers, habían declarado sobre la necesidad de “interesarse auténticamente” en el paciente, afirmando que el terapeuta que no desarrolla un amor por el prójimo no puede ayudar. Pero como puede el amor ser auténtico y no enmascararse detrás de una convención profesional? Dándose cuenta que vivimos con una sed de amor que estamos dispuestos a vender el alma al diablo, estamos dispuestos a permanecer apegados a una ilusión infantil de poder atraer el amor materno o de poderlo hallar en el otro que encontramos o buscamos toda la vida. De este modo nuestro deseo pierde su calidad de libre expresión orgánismica para convertirse en una obsesión, y nos identificamos con nuestra búsqueda de modo de no enterarse que nos gratifica más la búsqueda que el amor mismo, cegados al punto de no reconocer justamente el amor al que anhelamos. Es decir que nos identificamos con nuestra carencia y con el estilo ilusorio de colmarla que hemos aprendido en la infancia.
En su visión del cambio de la sociedad y de la educación Claudio enseña que debemos tener el valor de hablar de amor, y que ser adultos quiere decir amar y no esperar que la dignidad y la plenitud de existir provengan del ser amado. Central en el proceso terapéutico para Naranjo es ver con honestidad las formas de prostitución aprendidas para comprar amor, y la falsificación de nuestras relaciones sentimentales. Salir del comercio del amor y encontrar una visión ecológica y compasiva.
La teoría de la neurosis de Claudio, fundada sobre la carencia de amor se basa en el desequilibrio de las que él define las tres dimensiones del amor: es decir, el animal interior (el amor a sí mismo), el amor altruista y el amor devocional que sabe reconocer el valor del otro y el valor del misterio, de algo más grande. Esta armonía es el fundamento de la plenitud.
Con la Psicología de los Eneatipos podemos decir que Claudio ha elaborado un mapa complejo en el que la represión del placer erótico y de la instintividad, la gestión del poder como víctima o como perseguidor y la carencia de amor no solo pueden ser identificadas y detalladas según los tipos de personalidad (eneatipos), sino que encuentran su núcleo – que explica la raíz – dentro de un modelo que muestra la red que conecta todos estos elementos. El análisis del carácter da una explicación coherente de nuestro vivir, o mejor de nuestro no-vivir y al mismo tiempo delinea el rumbo para la liberación.
La Psicología de los Eneatipos tiene la grandeza de mantener la inspiración que Claudio ha recibido del Protoanálisis de Ichazo y la capacidad de integrar todos los niveles posibles de exploración desarrollados por las diferentes teorías sobre el sufrimiento, ya sean psicológicas o espirituales. En el eneagrama de la personalidad se supera todo concepto de conflicto o trauma, superación a la cual solo ahora finalmente ha llegado la psicología, y como, Naranjo señala, fundamento del sufrimiento es un estado de “carencia”, no solo de amor o reconocimiento, sino que es una carencia de “ser”. Hemos perdido el sentido de nuestra existencia, más allá del tiempo y del espacio contingente. Hemos perdido la capacidad de estar presentes ante nosotros mismos, de sentirnos capaces de “ser” en todo momento, el aquí y ahora. Esta sed de ser no la colmamos en la fuente que corresponde sino que buscamos satisfacerla identificándonos en un objetivo externo a nosotros. Nos apasionamos por un ideal de nosotros fragmentario y pequeño considerándolo como totalidad y cometiendo el error metafísico fatal de confundir lo pequeño con lo grande. El pecado o la pasión no describe tanto la “causa” del sufrimiento, más bien describe nuestro mecanismo para perpetuar nuestro sufrimiento. Es un modelo sistémico y no linear.
El “eneanálisis” de Claudio es el análisis de la identificación de este error espiritual y por lo tanto el análisis de la identificación psicológica de nuestra estructura defensiva.
De esto deriva la conciencia de como hemos abordado y abordamos el placer, el erotismo, el sexo ( a partir de la inhibición del mundo emocional hasta el eros humiliado a seducción), de como abordamos el poder (de la personalidad masoquista hasta la persecutoria), de como hemos aprendido a buscar y comprar amor (del aniquilamiento de sí mismo al servicio del otro, hasta el apego al dolor como reclamo infantil para ser vistos); la conciencia de cómo hemos distorsionado la visión del mundo transformando, en forma narcisista, una visión subjetiva en objetividad.
Otro especifico aporte de Claudio Naranjo al eneagrama de la personalidad es la relevancia dada a la comprensión de nuestro sistema de conocimiento de nosotros mismos y del mundo y los modelos operativos.
La elaboración que hace Naranjo del concepto de “fijación” en el eneagrama de la personalidad no solo amplia el inicial cognitivismo de Beck que definía los pensamientos distorsionados como motivaciones de los estados afectivos, sino también el cognitivismo más moderno. De acuerdo con estas teorías podemos decir que interpretamos la realidad impulsados por la exigencia de representaciones coherentes que nos ayuden a construir un sentido de identidad estable. Se trata de estructuras interpretativas básicas con las cuales la persona se representa a sí misma y a los otros y organiza su pensamiento. Los contenidos de los esquemas cognitivos que son considerados como verdades absolutas son, en realidad, rígidas hiper-generalizaciones. En el eneagrama de la personalidad la fijación identifica una raíz de la cual se generan estas estructuras.
Identificar la raíz permite, como en las pasiones en cuanto al aspecto motivacional, identificar un error cognitivo central. Cuando la persona reconoce el núcleo tiene la posibilidad de comprender una tendencia cognitiva deformante, es decir, un defecto preponderante que sostiene el aspecto emotivo pasional. A nivel terapéutico individuar la fijación permite “desmantelar” los cimientos sobre los cuales se apoya la pasión: es como quitarle los alimentos. Esto quiere decir contar también con un mapa de intervenciones coherentes, una estrella polar que guía el proceso terapéutico hacia el núcleo de la
desviación ya sea en el plano existencial como en el interpersonal.
El proceso se hace más potente e incluso “rápido” por la identificación de las que Claudio llama “ideas locas”. Se trata de creencias, de matices de la “fijación”, que son específicas para cada tipo de personalidad. El elemento más importante es que desestructurar las ideas locas permite trabajar sobre la escisión básica sobre la que se cimenta nuestra ilusión de ser. Tomar conciencia de la pérdida de contacto con la realidad, es un ataque al narcisismo. En el momento en el cual lo que creemos firmemente y sobre lo cual habíamos basado nuestro estilo de vida, se revela absolutamente separado del contexto, nos damos cuenta como nuestro pensamiento ha tenido la función no de “comprender” sino la de colmar un vacío existencial. Tomar conciencia de la distorsión cognitiva nos deja en un terreno vacío, ya no es posible identificarse con el propio ego. A partir de este vacío empieza el verdadero proceso de transformación. Inicia la posibilidad de volver a sí mismo. El apego al objeto externo no nos brinda más la seguridad de existir: Debemos abrir la puerta a una fe de existir.
Deseo ahora señalar también la «superación» que hace Claudio de la psicología transpersonal, yendo más allá de la dualidad entre proceso terapéutico y camino espiritual. El hombre es espiritual en todas sus manifestaciones: las defensas psicológicas y los rasgos caracteriales o neuróticos. Los estilos de apego no son otra cosa que fenómenos de la conciencia. Usando una metáfora que hemos aprendido de Claudio, son como la superficie del agua en movimiento que es la misma agua en profundidad. Se trata solamente de desplazar la atención: pasando de la conciencia de la inconsciencia a la conciencia de la identificación con la “maquina” para llegar a la superación de toda dualidad e identificación, lo que él define el tercer nivel del Yo, la conciencia de la propia interioridad.
La cura de la neurosis en Claudio significa recuperar la sabiduría, es decir una forma de conocimiento intuitivo y global que solo puede derivar de nuestra experiencia de ser “uno”. Esta forma de comprensión es posible solo cuando nos despojamos de la mente racional, cuando no necesitamos más cosificar la experiencia y ya no identificamos nuestra felicidad con un objeto o persona que tenemos que aferrar. Es decir, superar todo apego, aún a sí mismo.
Por lo tanto, el trabajo sobre el carácter es un constante despojarse, limpiarse de los venenos que son el origen del sufrimiento en la visión budista. Despojarse del hiper-deseo, restituyendo al placer la sacralidad de un eros que no se identifica ni con la sexualidad ni con el otro del cual ser amado; despojarse de la aversión, es decir, del miedo que no nos permite tener fe en algo más grande que es el fluir, recuperar la autorregulación organísmica; y en fin ver, con los ojos de la receptividad, comprender que la realidad es un todo ya presente, no hay que hacer nada.
El origen del sufrimiento está en la ignorancia. En la ceguera por la cual no conocemos lo que ya existe: la conciencia no se conoce a sí misma.
El proceso terapéutico se delinea, por lo tanto, como un proceso de autoconocimiento, capacidad de amar y sabiduría.
A nivel de práctica terapéutica creo que el invento más genial de Claudio Naranjo sea la práctica de las asociaciones libres. Claudio recupera el concepto de experiencia oceánica de Freud y la El aquí y ahora gestáltico en el pensamiento y en la práctica de Claudio asume un valor más amplio porque no solo es conciencia neutral de lo que sucede, que permite liberarse del control sobre el futuro y separarse del apego infantil del pasado, sino que asume el significado de presencia.Y aquí Claudio habla de la conciencia pura como espacio que contiene todo fenómeno mental o emocional, que trasciende el acontecer y el presente mismo. La conciencia de que todo es impermanente, también el carácter, y además nosotros mismos. La indiferencia creativa gestáltica no es en Claudio solo la capacidad de captar e integrar las polaridades para dar espacio a lo nuevo creativo, sino que sobre todo es actitud existencial y espiritual; y la sabiduría es la capacidad de verse a sí mismo y el mundo con la sabiduría de los ojos del que está aún más allá. Una vez Claudio me dijo: “vive como si estuvieses
muerta”.
Podría sintetizar el concepto de ser terapeuta según Claudio parafraseando una frase de Mark Epstein “pensamientos sin un pensador” y diciendo que según Claudio se trata de ser “psicoterapia sin un psicoterapeuta”.
Con esto puedo resumir la enseñanza de Claudio acerca de la formación de los terapeutas: un terapeuta es alguien que sabe trascender a sí mismo y sus propias necesidades de reconocimiento y pone en primer lugar el crecimiento del otro, una renuncia que recuerda la actitud del Bodhisattva, y hacer terapia se convierte en “no hacer nada”, porque la eficacia no deriva ni de las buenas técnicas, ni tampoco de las buenas intuiciones, más bien deriva del contagio de la conciencia que aprendemos en la meditación interpersonal, otra creación de Naranjo. El buen terapeuta es ante todo una buena persona
que da al paciente un espacio amoroso de conciencia.
Claudio Naranjo hace una obra de democratización de la psicoterapia, desvinculándola de toda formación institucional académica, afirmando que un buen terapeuta es el que, estando en un proceso continuo de consciencia, lleva en sí un valor curativo. Quien se sabe curar a sí mismo, puede curar al otro como en un proceso de cura chamánica. La democratización está también en la propuesta de Claudio de que la práctica psicoterapéutica no sea prerrogativa y poder de un grupo de profesionales, sino que sea brindada al ser humano como posibilidad de crecimiento, porque cualquiera que haya pasado por un auténtico proceso de transformación realiza su evolución en una necesidad y un deseo espontáneos de ayudar al otro. Hemos aprendido de la Gestalt que ser terapeuta es estar en la relación, con la transparencia de las propias emociones y de los propios pensamientos. En la visión de Claudio es sobre todo conciencia de sí, presencia semejante al espacio que todo contiene, que refleja sin retener, que no se moja con el agua de la lluvia. “La conciencia de por sí produce desarrollo y cambio”.
Por lo tanto uno nunca se gradúa como terapeuta porque es un continuo trabajo sobre sí mismo. Hemos aprendido con Claudio que ser paciente y ser terapeuta son la misma cosa. Quizás por eso me doy cuenta que en esta intervención se mezclan visiones sobre la actitud del terapeuta con reflexiones sobre el proceso del paciente sin una frontera definitiva o una estructura rígida. Convierte en una praxis no solo terapéutica sino también espiritual, en el momento en el cual la integra con la práctica del aquí y ahora gestáltico y con la actitud taoísta del dejar fluir. Las asociaciones libres en el programa SAT complementan y coinciden con la práctica del movimiento auténtico o espontáneo.
En el movimiento auténtico la acción no está separada de la conciencia de sí y se transforma en un libre fluir del organismo sin dualidad entre cuerpo, mente y conciencia. En la práctica de las asociaciones libres el pensamiento se transforma en libre fluir, la verbalización no es más narración, sino que se transforma ella misma en experiencia. Porque no es solo conciencia del pensamiento compartida con el terapeuta, sino más bien compartir la capacidad de observar la propia mente, con la actitud del que está soñando consigo mismo. Es la natural complementariedad de la meditación interpersonal, en la cual la conciencia de sí es conciencia del espacio relacional y del espacio que todo contiene y en la cual funciona lo que Claudio llama «contagio de la conciencia». Se trata de la capacidad de ayudarse recíprocamente transmitiendo el ser, la presencia a nivel sutil.
La relación terapéutica es espacio meditativo compartido. En Claudio la técnica de las asociaciones libres es al mismo tiempo método y objetivo, como la cura está no en el lograr un estado “mejor” sino en la actitud neutra de la presencia mental y del “no hacer”; reposar en el centro de nosotros en medio a todo tipo de sucesos. La introducción del permiso al paciente de censurarse con una declaración explícita al terapeuta testimonia una coherencia increíble de la confianza de Claudio Naranjo en la espontaneidad y en la potencialidad autoreguladora. La que podríamos definir una resistencia del paciente se le restituye a la conciencia y al poder del paciente mismo respecto a su proceso terapéutico, así como la posibilidad que frecuentemente se le otorga en los ejercicios del Programa SAT de supervisar al propio terapeuta. El terapeuta no puede escudarse en ningún papel intocable.
El fluir toca su cumbre en una técnica específica desarrollada por Claudio: la del monólogo libre, en la cual la persona permite que fluya la propia experiencia con una atención aguda al aquí y ahora, como si fuese una meditación veiculada también por la palabra, sin necesidad siquiera del terapeuta como testigo, porque la conciencia es el testigo de sí. Una práctica dificilísima de alcanzar porque pide un alto nivel de conección y transparencia del praticante.
Otra técnica con alto potencial de autoconocimiento y transformación es el uso de la pregunta repetitiva. El terapeuta interviene con una pregunta que se repite y que tiene la función de abrir puertas en profundidad, permitiendo al paciente eliminar superestructuras gracias al hecho de que el cerebro racional, bloqueado en la respuesta, deja libre la expresión espontánea de sí y permite en una especie de estado de trance no solo “insights” profundos, sino sobre todo un conocimiento de sí que se acerca al que hemos hecho referencia como estados de la sabiduría.
El terapeuta aprende a ser agente del cambio a través del noble silencio de la presencia. La práctica de la atención a sí y al paciente es lo constante en la formación del terapeuta, ya sea que asuma los caracteres de la meditación interpersonal, o bien que se practique a través de ejercicios gestálticos
del aquí y ahora o a través del trabajo con el cuerpo.
La conciencia de sí en los Programas SAT está amplificada y acelerada por la convivencia. En la convivencia cada uno es espejo del otro y hacerse conocer del compañero adquiere cada vez más la calidad de transparencia. La transparencia aumenta también hacia sí mismo y el relato auténtico de sí al otro se enlaza con otra práctica de autoconocimiento: la biografía personal. En el tercer año se invita a los estudiantes a volver a escribir la biografía que presentaron al inicio y es sorprendente como este ejercicio facilita la comprensión de cómo se ha articulado concretamente el núcleo caracterial y cómo escribiendo se hace uno consciente de los cambios de los propios niveles de conciencia a lo largo de toda la trayectoria. Dice Claudio: “el mismo proceso de escribir la vida varias veces puede ser una forma de arte que ayuda la conciencia”. La práctica de la biografía entra en el marco del aspecto más relevante en la concepción del camino psicoterapéutico de Claudio Naranjo: el autoanálisis o auto conocimiento. En el proceso de conocimiento de sí, hablando de autoanálisis, quiero subrayar el valor que se da a la capacidad de toda persona de poder trabajar sobre sí. Retomando la visión de Karen Horney de la alta capacidad que tenemos todos de autoanalizarnos, Claudio hace hincapié en la necesidad de despojar al terapeuta de la falsa convicción de detentar el poder de interpretar o sanar a su paciente y restituye a éste la fe en el impulso natural de todos de buscar el propio bienestar. Por eso sugiere guias que van de la lectura de textos que inspiran el estudio del propio carácter a través de personajes históricos o literarios, a la ejecución de tareas específicas que se refieren a la observación de los rasgos del carácter y a la práctica de actitudes y comportamientos que apuntan a experimentar un nuevo modo de ser. El objetivo es desarrollar cada vez más un observador neutral, que amorosamente y con entusiasmo apoya y guía la transformación, sin críticas ni juicios. Se podría decir que este Yo- padre amoroso con el tiempo toma el lugar usurpado del Súper Yo opresor, con la posibilidad de salir de la trampa de perseguir un ideal de sí para dejar el lugar al entusiasmo de ser sí mismo, nutrido del amor materno que se desarrolla interiormente en apoyo al niño interior.
En el Programa SAT algunos ejercicios regresivos permiten a la narración biográfica de transformarse en experiencia emocional y comprensión cognitiva integrada. Son prácticas en las cuales el estudiante tiene la posibilidad de tener “insights” sobre como su propio carácter se ha originado o alimentado en conexión con sus contextos relacionales. Son momentos de gran integración en los cuales Claudio ha sabido, con gran sabiduría terapéutica, concentrar procesos terapéuticos que normalmente comportarían numerosas sesiones.
Otra importante observación que quiero hacer hablando de las innovaciones terapéuticas es la reelaboración de Claudio Naranjo del proceso Hoffman, que en SAT es un pasaje fundamental para conocer la formación del carácter en la infancia. Gracias a él el proceso Hoffman de proceso individual se transformó en proceso grupal. El grupo obviamente tiene un potencial de transformación mucho más eficaz gracias a la función espejo y a la resonancia emocional. Pero creo que una aceleración y una mayor profundidad del proceso venga no solo de la fuerza de la energía de la catarsis grupal, pero sobre todo de la posibilidad que el individuo tiene de desarrollar la propia capacidad compasiva siendo testigo del proceso de los compañeros. El camino del perdón es de este modo accesible, posible y mucho más auténtico, dado que el dolor del otro se lo vive en primera persona y no solo como recuerdo o reconstrucción emocional de la relación infantil con los propios padres. Cuando los alumnos del SAT salen del proceso Hoffman o, como se lo llama en el Programa SAT, “el trabajo sobre la familia interior”, todos han experimentado la salvación en la capacidad de amar y perdonar y todos ven como desarrollo de la propia evolución la necesidad de ayudar al otro. Al final del proceso es fortísimo el sentido de comunidad, el valor de la solidaridad es profundo y auténtico.
La armonía de la trinidad interior padre, madre e hijo -inspiración de Tótila Albert- que Claudio asocia a la repartición del cerebro en instintivo, mamífero y racional, en la experiencia descrita más arriba se experimenta realmente y, algo que a mí me conmueve muchísimo: cada uno comprende que estar bien no prescinde del estar bien de los demás.
La cura está en el salvarse para salvar el mundo.
El trabajo sobre la familia interior, integrado con el análisis del propio carácter, son el proceso terapéutico más intenso y rápido que se pueda obtener en pocos días, dentro de un contenedor psicológico y espiritual creado por todo el proceso y por las relaciones íntimas que se consolidan cada día en la vida cotidiana compartida del Programa SAT.
Sintéticamente el SAT es un mandala. Cada componente está en relación con otro en una creación basada sobre una inteligencia compleja tanto lógica y racional como emotiva y chamánica. El SAT es la síntesis de un proceso de terapia y de sanación en el cual cada paso respeta las necesidades específicas para el desarrollo de la psique y acompaña a la persona en su camino espiritual. La magia está en que cada componente – el terapéutico en un sentido estricto, el de formación para ayudar al otro, el de la meditación, hasta el específico del teatro transformador, del movimiento auténtico y espontáneo, de la familia interior y de la supervisión como trabajo sobre los propios obstáculos en la relación con el otro – están ordenados a lo largo de los módulos anuales justamente allí donde deben estar y esta perfección no es rígida. Es difícil explicar la grandeza de un proceso que creativamente puede siempre cambiar dentro de líneas congruentes.
El programa SAT es una creación en constante devenir, en la cual la psicoterapia es uno de los caminos y la formación del terapeuta es un camino de autoconocimiento que toma el valor de servicio para el bienestar del hombre. Se puede decir que Claudio Naranjo ha dado a la psicoterapia el valor de una práctica de ampliación de la conciencia instintiva y amorosa. Dionisio y Apolo en el SAT, como en Claudio, danzan siempre juntos.
En mi experiencia como psicoterapeuta no se trata de hacer un uso terapéutico de la meditación, sería como hacer entrar la Gran Mente en la pequeña mente humana. La meditación no puede verse limitada a procedimiento terapéutico, en realidad, como la aprendemos de Claudio, la relación terapéutica tiene la sacralidad de un campo de conciencia. La salud mental tiene el significado de “despertar”, budeidad.
