Claudio Naranjo – Tres amores y tres cerebros.
La salud mental entraña un estado espontáneamente amoroso, y creo que es una ilusión pensar que se puede encontrar la felicidad sin pasar por la capacidad de amar.
Pero el amor es varias cosas, y no una sola. Pienso que hay tres “colores básicos” del amor, que no siempre están igualmente desarrollado en una persona dada.
Podemos hablar de un amor cristiano “ama al prójimo como a ti mismo”, y no se trata del mismo amor del que hablaba Freud, el amor erótico.
Llama la atención el contraste entre estos dos amores, designado por los griegos por los términos Eros y Agape, o por los equivalente latino de amor y caritas. El tipo de amor que se designa como agape o caridad es el que se expresa como bondad o generosidad, y es el “amor al prójimo” que caracteriza no solo al camino cristiano sino a todas las religiones. Culmina esta forma de amor en la compasión, característicos de seres que han llegado lejos en el camino, pero que es también intrínseco a la naturaleza humana, puesto que está presente ya en la experiencia de la maternidad.
Claro que en el mundo humano hay mucha falsificación de este amor bondadoso y compasivo. Ya que se lo predica y requiere de nosotros desde la infancia, estamos más o menos programados para ser buenos; y aún así optamos por rebelarnos, llevamos en nosotros la expectativa de nuestra cultura. Solo es humana la posibilidad de extender el amor compasivo más allá de los hijos, potencialmente a todos los humanos e incluso a todos los seres como amor universal.
Se habla que tenemos un cerebro arcaico, instintivo, emocional que es el cerebro límbico, este es el que se considera como nuestro cerebro amoroso cuya función va quedando postergada en relación al control de la corteza frontal por razones culturales. Pienso que tenemos que recuperar nuestra sabia y santa animalidad.
Pretendemos desarrollar la compasión, pero creo que se equivocan quienes piensan que la compasión es un atributo que aparece en un desarrollo espiritual superior, la bondad es algo que teníamos desde el comienzo, yace en nuestra naturaleza y solo tenemos que recuperarla.
Decía que tanto el amor erótico como el amor benévolo son sanos, y se relacionan con partes de nuestro cerebro. Quisiera agregar que así como el amor cristiano dice relación con el amor maternal, el amor erótico “greco-romano”, que es en esencia amor deseo que se encamina hacia el placer, tienen que ver con nuestro cerebro instintivo y son la parte “hijo” de nuestra naturaleza. En tanto que el componente maternal de nuestra naturaleza da y cuida, nuestra parte filial es aquella que desea, y todos llevamos en nosotros ese niño interior que solo quiere ser feliz. Solo que, así como ha estado eclipsado en nuestra cultura el amor benévolo antes los intereses del dominio y la conquista, ha estado durante muchos siglos postergado este derecho a la felicidad.
Pero aparte de estos dos amores, hay un tercer amor que tiene con el aprecio, con la admiración, con el respeto y con los ideales. Los griegos la llaman “Philia”. Es lo que uno busca en la amistad, lo encuentra en cada persona a quien valora. Hay amistades manipulativas también, en las que en el nombre de la amistad se trata de obtener cosas; pero la verdadera amistad es una en la que uno se interesa en el otro, porque el otro tiene una cualidad espiritual o humana admirable que estimula el propio crecimiento.
Todo esto tiene que ver con lo que significa la figura del padre para el niño. La madre es quien lo protege, pero la madre mira al padre; la madre ama al padre, y el niño que lo percibe, hace lo mismo. El padre representa también aquello que se quiere imitar, pues el amor-valor o amor admirativo es por naturaleza imitativo: nos conformamos internamente según aquello que admiramos y valoramos, y en ello está el origen de los vínculos de autoridad.
Pienso que un aspecto significativo del autoconocimiento sea entender la propia vida desde la perspectiva de los tres amores. Es decir: no solo desde la perspectiva del amor, sino de sus tres variedades o caras. Pienso que la felicidad que todos consciente o inconscientemente, anhelamos depende principalmente de un sentimiento de plenitud que refleja el que seamos seres completos, y que ello a su vez se traduce en equilibrio de amor. Lo más común, sin embrago, es que se tenga mucho de alguno de estos amores y demasiado poco de algún otro. Y me parece que la gente busca llenar la insatisfacción resultante de la falta de realización de alguno de estos con un amor diferente.
Para comprender el subdesarrollo del amor es necesario que prestemos atención a como este deriva en gran medida del sobre desarrollo de algo así como un falso amor, que a su vez no es más que una sed de amor idealizada. Este amor parasitario, tiene + su origen es una carencia. Y la necesidad de amor, por más que se disfrace de amor, es una adicción. Y es tal necesidad de amor que constituye el mayor obstáculo al amor propiamente tal.
Si es cierta esta idea de que es el amor el que nos hace felices, lo importante no es que consigamos ser queridos, sino que logremos comprender y superar los obstáculos que nos impiden movilizar nuestro potencial amoroso.
Fuente: extracto del libro «Cosas que vengo diciendo» – Claudio Naranjo
